Lacan: el “otro” un constructo enajenado
El estadio del espejo
El abordar a Jacques Lacan (Escritos I, 2009) una de las cuatro figuras del estructuralismo francés, nos lleva a sus teorías filosófico-psicoanalíticas de las que en esta oportunidad tan solo bosquejamos un algo del estadio del espejo que llega a ser el registro de lo imaginario, espacio desde donde es posible en tanto discurso asistir a la construcción del otro a partir de un yo, para el cual Lacan presenta el siguiente escenario.
Un niño que va entre los seis y dieciocho meses se ve en el espejo y que al reconocerse se observa en él una expresión jubilosa; pero, este acto no es un hecho fáctico bien pudiera tratarse de un análisis de construcción en el sentido psicoanalítico y, en el caso que nos ocupa, es aquí donde radica la epistemología de la construcción del otro, es decir, la esencia que fundamenta la otredad.
Antes de proseguir con el imaginario del estadio del espejo, hagamos un paréntesis necesario para discurrir sucintamente en el plano de la superestructura los trabajos de la alteridad de Levinas y Dussel. Leamos.
La otredad
En el ámbito de la filosofía, el concepto del otro en términos de Emmanuel Levinas (Totalidad e infinito, 2002) está constituido por: “Lo absolutamente Otro, es el Otro. No enumera conmigo”, un reconocimiento del otro que comienza con la experiencia más profunda del saber mirar-se “cara-a-cara” como lo inmediato dado y perfilando a la vez una distancia que interpela y cuestiona; esa interpelación es precisamente la que inaugura la dimensión ética, Levinas afirma al respecto: “A este cuestionamiento de mi espontaneidad por la presencia del Otro, se llama ética.” O, lo que es lo mismo, el reconocimiento del Otro siempre implica una interpelación ética.
El Otro no es entonces la simple extensión del yo, implica verlo como algo que huye del sujeto que lo nombra; es un otro que no le pertenece al yo, esa suerte de rompimiento y a la vez de desbordamiento de la relación totalitaria del yo es para Levinas emergencia de posibilidad en la que los otros pueden expresarse por sí mismos sin prestarse el lenguaje ni labios ajenos: “Por todo esto, es la relación privilegiada del yo con el otro, capaz de mantener la alteridad sin introducirla o reducirla en el Mismo. La respuesta del yo al otro, como lenguaje, es la puesta en común del mundo que se nombra, origen de la universalidad de la razón.”
La enajenación
En esa vena de la alteridad, donde se asiste al descubrimiento que el yo hace del otro, pero no como parte del yo (Mismo), se tiene desde América Latina a Enrique Dussel (Filosofía de la liberación, 2013), discípulo de Levinas, que considera la construcción del otro a partir de la negación del otro, desde la negación ontológica del ser. Aquel rostro, el cara-a-cara de Levinas es ahora para Dussel el oprimido, el pobre que desafía un pensar desde la exterioridad de lo Mismo: “Desde el no-ser, la nada, lo opaco, el otro, la exterioridad, el excluido, el misterio de lo sin-sentido, desde el grito del pobre, parte nuestro pensar. Es entonces, una ´filosofía bárbara´, que intenta sin embargo un proyecto de trans- o meta-modernidad.”
La epistemología del discurso del otro en Dussel se fundamenta en el método analéctico que posibilita, por un lado, pensar en la negatividad del otro reducido a lo Mismo y a la misma totalidad totalizante y, por otro, permite metódicamente acercarse y escuchar la voz del otro, de ahí que lo: “Analéctico quiere indicar el hecho real humano por el que todo ser humano, todo grupo o pueblo se sitúa siempre ´más allá´… del horizonte de la totalidad… es exterioridad del otro; su principio no es el de identidad sino el de separación, distinción.”
Es más, el reconocimiento del otro que es la trascendencia respecto a lo Mismo, impulsa haciendo posible la ética como una meta-física de la alteridad anclada en la cotidianeidad del mundo de la vida y del cual se tiene una conciencia ética como la capacidad de “escuchar la voz del otro, palabra trasontológica que irrumpe desde más allá del sistema vigente.”
Jacques Lacan
Tras este recorrido fugaz en torno a la construcción del otro desde Levinas y Dussel, volvamos a la idea inicial, el estadio del espejo de Lacan, para ver que aferrados desde la explicación psicoanalítica se asiste, decíamos, a la epistemología del otro.
De inicio, para Lacan, el niño no tiene una experiencia de su cuerpo en tanto totalidad unitaria, solo conoce algunas partes de su cuerpo, como la mano o sus pies, de ahí la angustia por el cuerpo como disgregado, esta primera percepción conlleva la idea que la configuración del sujeto no se da de inmediato, sino implica la mediación de la imagen corporal; esto es: el niño ante el espejo percibe la imagen de su cuerpo como algo real y quiere tocarlo, se da entonces “una identificación en el sentido pleno que el análisis da a este término: a saber, la transformación producida en el sujeto cuando asume una imagen”, esa imagen reflejada de él y al ser plena le da gracia, júbilo, esa identificación manifiesta es, según Lacan, un hecho ejemplar, es: “la matriz simbólica en la que el yo se precipita en una forma primordial, antes de objetivarse en la dialéctica de la identificación con el otro y antes de que el lenguaje le restituya en lo universal su función de sujeto.” En nuestras palabras, el niño al verse íntegro en el espejo comprende que se trata de una imagen y que no es real; es él pero no es él; aquel tiene el cuerpo completo; mientras “él” está incompleto: “Es que la forma total del cuerpo… no le es dada sino como Gestalt, es decir, en una exterioridad donde sin duda esa forma es más constituyente que constituida”. Aquí se asiste a la escisión, a la división del sujeto, a la alienación de sí, porque el niño se reconoce como “yo” en una imagen plena proyectada de algo que no es “él”, este es el momento constitutivo en el registro de lo imaginario en el que el sujeto identifica su imagen como el “yo”, pero a su vez se diferencia de lo que no es él, es decir, es la formación del otro.
Ahora bien, en esa formación aquella imagen del cuerpo completo reflejado en el espejo como que de pronto se levanta amenazante contra el “yo” (que va desde el deseo de reducir al otro en lo Mismo hasta la praxis de subvertir el orden totalitario) al del cuerpo incompleto, vacío, carente de y que por ello deviene tendencia, la búsqueda permanente de ser, y una modalidad que se extiende en Lacan es, más allá de Freud, el deseo del otro que “hace del yo ese aparato para el cual todo impulso de los instintos será un peligro…”; dicho en otros términos, en los diversos fenómenos de agresividad social radica la imagen de la alienación porque aquel único lugar es compartido por dos: el yo y el otro; así pues “en el seno de las experiencias de prestancia y de intimidación de los primeros años de su vida donde el individuo es introducido a ese espejismo del dominio de sus funciones, donde su subjetividad permanecerá escindida, y cuya formación imaginaria, ingenuamente objetivada por los psicólogos como función sintética del yo, muestra antes bien la condición que la abre a la dialéctica alienante del Amo y del Esclavo.”