Detrás de una puerta, el dolor de una periodista con Covid-19
Enferma y lejos de sus seres queridos pasó varios días la periodista (Foto ilustrativa)
Por Lorena Burgóa Quispe (*)
—Mamá, salí por favor, jugaremos. Estoy triste, estoy solito— dice Sebastián, con sus palabras a medio terminar por lo lloroso que se encuentra.
Al otro lado de la puerta la madre triste escucha los pequeños pasos del niño que camina de un lado al otro.
—No puedes entrar, tu mamá está enfermita— le dice la abuela.
Es en ese momento me lleno de impotencia, las lágrimas corren por mi rostro, no puedo hacer nada estando tan cerca de él; ese pedazo de madera nos separa, con la voz quebrantada dije:
—Hijito, saca la pelota está ahí por tu saltarín, tienes que jugar, yo salgo después—
Sebastián, es mi hijo que cumpliría cuatro años en unos días, apenas mide un metro de altura, puede conquistar el mundo entero con su ternura Tiene unos ojos grandes de koala como se describe él, con su risa tan tierna y contagiosa alegra los días de quienes estamos a su alrededor.
Dentro de la habitación nada es igual sin él. El cuarto de mi aislamiento es de cuatro por cinco metros aproximadamente, es muy frío. Su diminutiva ropa aún sobre la cama, la acerque a la nariz tratando de sentir el aroma peculiar de mi pequeño, pero no podía por más que hacia el intento una y otra vez. Había perdido el sentido del olfato y sólo me quedaba recordar su aroma.
Me miré al espejo mi aspecto era otro, con un moño en vuelto, los ojos amarillos, el rostro demacrado, no me reconocía, no era la mujer de veinte siete años que vi ayer, aún estoy enferma, me dije.
Tocan la puerta y me dicen que el almuerzo ya está listo. Para recibirlo debo ponerme el barbijo y meter los alimentos rapidamente a la habitación.
Hace dos días este cuarto se volvió mi sala, mi patio y mi cocina. Mi único espacio.
Cambió totalmente mi rutina; sentada sobre la cama recuerdo cómo me encontraba en la incertidumbre si mi resfrió no era normal o había sido contagiada con el virus.
Era miércoles, día de feria había vendido algunos productos en la feria del Fermín López que también son parte de mi ingreso, pese a los malestares estaba ahí durante todo el día.
Agotada con la temperatura mayor a 37 grados, mi cuerpo sólo pedía descansar, tenía los ojos pesados como si en mis parpados estuviesen dos piedras y la nariz tapada.
Agarré agua tibia, mojé dos algodones e hice caer gotas a las fosas, pero no sirvió de nada, seguía sin sentir el olor al pollo al horno de la cena de Sebastián. El cansancio del cuerpo apenas me permitía apoyarme sobre el brazo en el comedor.
Más bien ya era hora de dormir me acostéjunto a él. Con el cubrebocas le diun beso en la frente y contemple las enormes pestañas que tiene al cerrar los ojos, acaricie su pelo. ¿Quién hubiera imaginado que ese día sería la última noche que iba a dormir a su lado?
Descanse para despertar con fuerzas, porque con él debes recargar las pilas al cien por ciento para estar al ritmo de un niño de cuatro años.
Una de tantas historias de valerosas madres que luchan por sus hijos
ENFERMEDAD
Era jueves, a las 07:30, sentía mucho frío, las molestias en mi cuerpo continuaban, pareciera que no habría descansado nada, mientras me aseo se debilitaban mis brazos, no sé qué me pasaba.
La agenda para ese día era lavar la ropa, salir antes del mediodía, visitar el juzgado porque había agendado una entrevista de los centros penitenciarios y el Covid-19.
No pensé que mis planes para ese día cambiarían.
13:00 de la tarde, ansiosa esperaba los resultados de la prueba, caminaba de un lado a otro con gran incertidumbre y el corazón me palpitaba rápidamente.
Las manos me sudaban y levantaba las piernas una y otra vez como si estuviese trotando, nerviosa me encontraba, mientras en mi mente me decía que me cálmate
—Te hicieron doler— le pregunte a mi mamá, a quien también le hicieron la prueba antes ese mismo día.
—Sí, me hicieron llorar cuando metieron el isopo a mi nariz y a ti—contesta.
—Yo también lloré, jamás habían introducido a mi nariz algo tan incómodo, que parece que pasa toda la fosa e ingresa por un orificio pequeño que llega hasta la garganta— respondí.
Vimos movimientos, que llevaban pequeñas conservadoras de un lado al otro, dentro del labotario.
Por fin los resultados, fueron los 60 minutos más largos de mi vida.
Avanzamos media cuadra del laboratorio, mamá abrió rápidamente los resultados , con alegría detrás del barbijo es negativo, dijo. Yo con unos pasos delante desdoble la hoja de los resultados, con letras mayúsculas indicaba POSITIVO.
—Ve a tu cuarto y descansa— me dijeron papá y mamá al llegar a casa.
— ¿Qué?—respondí, sorprendida.
—Debes aislarte, tal vez la wawa no está contagiado y es peligroso— me dicen.
EL CUARTO
Desde ese día, sólo salgo del cuarto para ir al sanitario y paso las 24 horas dentro, escuchando desde la puerta lo que sucede con mi familia, porque temía de haberlos contagiado.
Son las 17:00 de tarde, la casa se encuentra silenciosa, me preguntó qué habrá pasado con mi hijo, y sale corriendo del cuarto de mi hermana, ya llegó el doctor, grita.
Entonces arreglo mi pelo, me pongo el cubrebocas ; son 7 tabletas de tratamiento durante el día entre medicamentos y vitaminas que recetó el médico, más bien mi cuadro de salud no es grave.
Sábado por la tarde el médico me visita. -Cómo estas Lorena—pregunta.
-Estoy débil doctor, mis músculos me duelen—le respondo.
—Estas bien Lorena , no te preocupes pero debes continuar cumpliendo la receta al pie de la letra. Ayer falleció un paciente que tenía 30 años, no se dieron cuenta que tenia Covid pensaron que era un resfrió común pero lamentablemente no se pudo hacer nada, sus pulmones estaban colapsados—dice el doctor Saúl.
El reporte epidemiológico durante la última semana del mes de enero acumuló 1.098 contagios y 26 decesos por Covid-19 en el departamento de Oruro.
En comparación a las primeras semanas del mes de enero que por semana se llegaba a 700 contagios, los números no eran alentadores para estar contagiada sin saber que pasará el día de mañana.
Pasaron los días que eran largos y llegó la mañana cuando mamá abrió la puerta saliendo de su aislamiento, extrañó mucho a Sebastián y quiere cuidar de él, porque su abuela se encuentrará delicada.
El abrazo de reencuentro fue el más largo de todos, mamá e hijo se fundieron en uno solo como cuando lo tuvo en su vientre.
Ella agradece a Dios por cada día que abre los ojos junto a Sebastián y vencer al Covid-19, en la segunda ola.
(*) Es periodista