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El adiós al colectivo: El último viaje

El adiós al colectivo: El último viaje

Las “góndolas” o “chaucheros” recorrían las calles de Oruro

Por Marco A. Flores Nogales

Periodista

Es temprano; el invierno está por terminar. El único chofer de colectivo que queda en la ciudad ha decidido cambiar su viejo “cacharro” por un moderno micro importado de los Estados Unidos. Su rutina, la última con el viejo colectivo que fue la herramienta para educar a sus hijos, comenzó como de costumbre. Abrió la puerta, se sentó frente al volante, puso la caja en neutro, bombeó gasolina dos veces y encendió el motor. Tardó un poco en arrancar, pero finalmente el motorcito rugió como un león.

Con un trapo, limpió el parabrisas para ver mejor y no perder la vista de ningún pasajero. Luego abrió el garaje y sacó el vehículo. Con la mano derecha, se persignó, pidiendo algo a Dios. Respiró hondo, puso primera e inició su último viaje en su querido colectivo.

Por su mente desfilaron todos los recuerdos; la gente subía y bajaba, pero no como antes. Ahora prefieren los micros, taxis y minis, pero ellos fueron los pioneros, los que abrieron el camino que hoy otros transitan.

Las horas pasaron y el tiempo se agotó. Cayó la noche, y era hora de volver al garaje. Cuando se bajó el último pasajero, llegó el silencio; todo había terminado. Era el momento de guardar el colectivo. Apagó el motor, contó las ganancias del día y se despidió de su compañero de tantos años, golpeando suavemente el capó en señal de gratitud.

COLECTIVO

Muy pocos recuerdan la última vez que se subieron a un colectivo, ese que los trasladaba de un lugar a otro en un ambiente antiguo, compartiendo asiento con señoras de polleras elegantes o caballeros con trajes oscuros y sombreros impecables.

El paso del colectivo dejó una huella imborrable en la historia del autotransporte de Oruro. Desde los años 40 hasta los 90, su presencia marcó la vida de quienes utilizaron este servicio y de los conductores, aquellos veteranos que dedicaron su vida a servir a la sociedad.

Colectivos de las marcas Ford, Chevrolet e International recorrían las calles de Oruro, cumpliendo su misión: llevar a la gente de un lugar a otro, evitando que caminaran largos trechos, se mojaran con la lluvia o soportaran el sol del Altiplano.

Miles de historias podrían contarse sobre las personas que preferían el “chauchero” o la “góndola”. Una de las más comunes es la del obrero de una fábrica, quien, abrigado, esperaba temprano en una esquina el paso de este singular vehículo para llegar puntual a su trabajo.

Las señoras que iban al mercado a comprar verduras, carne, frutas y demás productos esenciales también eran usuarias frecuentes. No podían faltar los pequeños estudiantes, vestidos de blanco y cargando mochilas de cuero. Eran los pasajeros más fieles de los colectiveros; siempre a la misma hora y en la misma esquina, esperaban al viejo colectivo.

Más de uno se habrá enamorado de una bella universitaria durante los largos trayectos. El colectivo reunía a personas de diferentes clases sociales. Eso sí, siempre se esperaba al colectivo formando una fila ordenada, y se cedía el asiento a las señoras; eran otros tiempos, dicen los antiguos choferes de colectivo.

El colectivo o “chauchero” que pertenecía a la familia Neptalí

VALENTÍN BERNABÉ

Don Valentín Bernabé, falleció hace algunos meses, era un reconocido dirigente del Sindicato de Colectiveros, Micros y Minibuses en Servicio Urbano. En su juventud, tuvo un colectivo al que llamó “Sureño” y vivió momentos tanto gratos como tristes en esa labor.

Don Valentín en vida nos relató que el transporte público en Oruro ha pasado por varias etapas, conforme avanzaba el tiempo y la tecnología automotriz. Inicialmente, recibieron varias denominaciones como “chaucheras”, “gondoleros” y, finalmente, colectiveros, debido al transporte masivo de pasajeros.

Antes de la fundación de una entidad que agrupara a quienes prestaban servicios de transporte, algunos valientes choferes ya realizaban este trabajo desde abril de 1944. Iniciaron sus actividades bajo el nombre de Asociación de Colectiveros en Servicio Urbano, con cuatro líneas de servicio. Por ejemplo, en la línea 1 estaban los colectivos rojos y en la 2, los verdes, que recorrían de Norte a Sur. Contaban con cuatro controles a lo largo de la ruta, y luego incluyeron el servicio a Capachos y Obrajes, así como la línea 3, que transportaba pasajeros desde el Mercado Bolívar hasta el Socavón.

ACTA DE FUNDACIÓN

“En la ciudad de Oruro, a las 21:30 del día cuatro de enero de mil novecientos cincuenta y dos, los propietarios de colectivos en Servicio Urbano se reunieron en gran asamblea con el objeto de constituirse en un Sindicato, con el fin de precautelar los intereses sociales de todos los propietarios. Luego de una larga deliberación, se procedió a elegir el directorio que regirá los destinos de nuestro Sindicato por el período de 1952.

Acto seguido, se realizó la elección mediante votación secreta, de cuyo cómputo, por mayoría de votos, resultaron electos los siguientes compañeros: Presidente activo, Hilarión Murillo; secretario de actas y correspondencia, Emilio Meléndez; secretario tesorero, Vicente García; inspectores técnicos, Teodocio Terán y Máximo Guzmán”.

MIGUEL FLORES

Tuvimos la suerte de entrevistar hace muchos años al señor Miguel Flores Aguilar, un antiguo conductor de colectivos, quien recordó las épocas doradas del transporte en Oruro.

Contó que el servicio de colectivos comenzaba a las 07:30 y concluía a las 19:00 horas, cuando ya no había pasajeros y el vehículo se dirigía al garaje. Las jornadas de trabajo eran largas, con un colectivo saliendo de su parada cada cinco minutos. La gente de entonces esperaba el colectivo de manera ordenada en las esquinas.

Los pasajeros que bajaban una cuadra antes tocaban la campanilla, señal suficiente para que el chofer detuviera el vehículo en la esquina. Había más educación, y la población era mucho más respetuosa al subir o bajar de un colectivo.

Miguel recordó que los dirigentes prohibían que un colectivo estuviera estacionado cerca de un local de bebidas alcohólicas, independientemente de si el conductor estaba o no en el local. Los infractores eran sancionados con un día de suspensión.

Una familia orureña dueña de un colectivo viajó hasta Copacabana para hacer bendecir su motorizado

ADIÓS

Todo estaba bien, hasta que aparecieron los micros. Eran la novedad, y entonces había que vender o guardar para siempre el colectivo. Así se cerró un ciclo y se abrió otro capítulo en la vida del transporte de pasajeros. En la ciudad de Oruro, los colectivos circularon hasta comienzos de la década del 90, y luego desaparecieron. Hoy, algunos de esos vehículos aún reposan, estacionados para siempre en garajes.

El tiempo avanza sin piedad, implacable en su marcha. La modernidad, siempre en nuestro rastro, nos pisa los talones, obligándonos a seguir su ritmo. ¿Quién podría haber imaginado que, con los años, los mismos micros que alguna vez relegaron a los colectivos, serían víctimas del mismo destino?

En la ciudad, de la noche a la mañana, los tradicionales micros dejaron de surcar las calles: el amarillo, el celeste y el verde, desaparecieron como fantasmas al amanecer. Pero esa, es otra historia que algún día deberemos rescatar y contar.

*Este reportaje se publicó en la Revista Fénix 

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