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Boquerón: La feroz batalla, la bandera aún oculta y los hallazgos forenses en el Chaco

Boquerón: La feroz batalla, la bandera aún oculta y los hallazgos forenses en el Chaco

El fortín Boquerón, defendido por el teniente coronel Manuel Marzana y su tropa boliviana, cayó en manos paraguayas después de 23 días de una contienda desigual.

La batalla se inició el 9 de septiembre de 1932 y, este mes, se conmemoran 93 años de ese enfrentamiento histórico de la Guerra del Chaco.

Las fuerzas paraguayas, lideradas por el teniente coronel José Félix Estigarribia, superaban en número y armamento a los soldados bolivianos en una proporción abrumadora de 29 a 1. A pesar de la resistencia de 619 hombres, las tropas bolivianas enfrentaron un doble cerco de 18.000 soldados paraguayos.

El jueves 29 de septiembre de 1932, después de 20 días de combate, el comando paraguayo tomó el campo de 3.800 metros cuadrados.

Según las memorias de Marzana, La gran batalla de Boquerón, el mando paraguayo lleno de ira no podía creer que el enemigo hubiera resistido con apenas 240 hombres en los últimos días.

Los interrogatorios sumarios de los prisioneros extenuados revelaron la devastación: en el fortín ya no quedaban más que ruinas.

—¿Cuántos eran?

—619.

Los paraguayos no lo podían creer, no lo querían creer.

—¿Dónde están las ametralladoras, los cañones?

—Están destruidos, fue la respuesta boliviana.

En las trincheras yacían cientos de bolivianos, mientras que en el campo de batalla miles de paraguayos permanecían insepultos y descompuestos, abatidos por la metralla, el hambre y la sed. Otros agonizaban entre las ruinas.

Las tropas de Estigarribia, tras enormes pérdidas, buscaban al menos los trofeos de guerra de Boquerón e interrogaron por los símbolos patrios.

—¿La bandera del fortín?

—Nadie sabe de ella.

En las horas decisivas, sin agua, sin comida ni munición, Marzana había impuesto a sus hombres una rigurosa disciplina de fuego controlada por oficiales, lo que permitió prolongar la resistencia más allá de lo posible.

En ese trance, ordenó el inmediato entierro de símbolos de orgullo personal de sus oficiales y de la enseña tricolor que flameó en Boquerón, para evitar que cayeran en poder del enemigo. Hasta hoy, esa bandera permanece oculta bajo el suelo ardiente del Chaco.

Forenses en Boquerón

Desde septiembre de 2024, cuando se cumplieron 92 años de la famosa batalla, un equipo de peritos forenses de la Secretaría Nacional de Cultura de Paraguay, junto con arqueólogos españoles de la Universidad de Alcalá de Henares, desarrolla un trabajo de exploración en el histórico fortín Boquerón.

Durante las excavaciones, reportan medios paraguayos, se encontraron fragmentos de municiones y otros materiales bélicos que dan cuenta de la ferocidad de los combates. Los recuerdos de los soldados y la bandera boliviana, sin embargo, permanecen inalcanzables bajo la tierra del Chaco.

Los descubrimientos permiten comprender mejor las condiciones de vida de los soldados de ambos ejércitos. En el paisaje inhóspito, bajo un calor extremo, se hallaron municiones provenientes de excedentes de la Primera Guerra Mundial, vendidas a ambos bandos.

Incluso se descubrieron balas de origen rumano y otras fabricadas en el siglo XIX, que permanecieron almacenadas en Europa durante décadas antes de ser comercializadas en los años previos a la guerra y utilizadas en Boquerón.

Los forenses documentaron que la batalla fue “feroz”, lo que se evidencia en la constante presencia de restos de municiones en todas las áreas excavadas: trincheras, patio de armas e incluso en las chozas bolivianas, que en teoría debieron ser zonas más seguras.

También hallaron rastros de bombardeos masivos con artillería y morteros, cuyos proyectiles quedaron dispersos en todo el fortín.

Uno de los hallazgos más sorprendentes fue una máscara de gas. Aunque nunca se emplearon armas químicas en la Guerra del Chaco, ambos bandos adquirieron o fabricaron máscaras por temor a que fueran utilizadas.

El proyecto arqueológico paraguayo tiene como objetivo explorar en profundidad las áreas clave del fortín, incluidas las trincheras, los emplazamientos de ametralladoras y los barracones donde los soldados vivían y combatían.

Con excavaciones tradicionales y tecnología avanzada, como drones para estudios fotogramétricos, los investigadores buscan mapear y documentar el sitio de una de las primeras grandes batallas del conflicto.

La iniciativa permitirá a los historiadores y al público obtener una visión más detallada de las condiciones de vida y combate en uno de los conflictos más sangrientos del siglo XX en América Latina.

A nivel local, se espera que el proyecto genere impacto positivo en el turismo cultural de la región, una de las más aisladas del Paraguay, fortaleciendo además la preservación de su historia.

29 de septiembre de 1932

Al despuntar el alba, agazapados en las montañas, los zorros aullaban sin cesar. Los soldados paraguayos, entre humos de artillería y la densa vegetación, imitaban esos sonidos como clave de comunicación. A Marzana, el eco insistente le traía un mal presentimiento, pero la realidad lo devolvía al fuego enemigo.

En las trincheras, sus hombres exhaustos aguardaban como fieras tras su presa. Sin munición, agua ni alimentos, la espera se encaminaba hacia una muerte segura.

Un día antes, el 28 de septiembre, el comando paraguayo —según las crónicas del coronel Carlos Fernández— insistió en dar término cuanto antes al asedio, sin reparar en las pérdidas. El agua estaba agotada y el abastecimiento más próximo se encontraba a 50 kilómetros.

Marzana lo sabía: el día de la batalla final había llegado. El alto mando le había ordenado esperar la llegada de la Octava División como refuerzo.

“El alimento moral bien puede compensar las privaciones físicas”, le comunicaron.

Pero las instrucciones del presidente Daniel Salamanca fueron más tajantes: “En ningún caso, bajo ningún pretexto, el fortín Boquerón debe ser abandonado. Las tropas deben mantenerse hasta perder al último soldado”.

En el campo de batalla, yacían decenas de muertos y heridos que no podían ser retirados.

“La enorme desigualdad numérica de fuerzas nos expondrá al deshonor y la vergüenza internacional. Me atengo a la opinión imparcial del mundo entero que ha contemplado esta batalla, tan desigual como estúpida”, escribió Marzana en sus memorias.

A pesar de las circunstancias extremas, no primaba el deseo de vivir, sino la convicción de resistir. Durante 23 días, los Regimientos Campos de La Paz y 14° de Infantería de Oruro rechazaron los ataques paraguayos que intentaban ocupar el fortín, cercado por más  de 18.000 soldados.

El ejército boliviano rompió tres veces el cerco paraguayo y en uno de ellos logró ingresar comida para los hambrientos soldados y algunos hombres que aumentaron el número hasta 619.


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