

Lo que de niño era un potencial para su carrera actoral, de grande se terminó convirtiendo en una verdadera carga para Gary Coleman. Y es que, del éxito y la fortuna que amasó en sus años de gloria, ese 28 de mayo de 2010, cuando falleció, era muy poco lo que quedaba. El actor tenía apenas 42 años en el momento en el que una hemorragia cerebral terminó con su vida. Y, alejado de los medios, hacía tiempo que se había declarado en bancarrota.
Había nacido en Illinois, Estados Unidos, el 8 de febrero de 1968. Y, siendo muy chico, recibió un diagnóstico que lo marcó para siempre: padecía una enfermedad congénita en el riñón que le provocó nefritis, por lo que su salud siempre fue delicada y su crecimiento se detuvo a los 10 años, cuando alcanzó 1,40 m. Sin embargo, en aquella época, él solo pensaban en ser actor. Y así fue como resulto seleccionado para formar parte del elenco de Different Strokes, la serie que en Argentina se conoció con el nombre de Blanco y Negro y que venía a romper con los prejuicios raciales todavía muy arraigados en la sociedad norteamericana.
Dana cayó en las drogas, estuvo detenida por robo y murió a los 34 años tras el consumo excesivo de calmantes. Bridges no pudo escapar de la cocaína y estuvo preso en varias oportunidades por agresiones vinculadas al narcotráfico, hasta que logró superar su adicción aunque sin poder volver a actuar. Y, finalmente, Coleman luchó contra su enfermedad recibiendo dos trasplantes de riñón en 1973 y en 1984 y sometiéndose a sucesivas sesiones de diálisis, denunció a sus propios padres por haberse dilapidado su dinero y falleció sin haber podido trascender nunca al simpático Arnold.
Coleman había intentado seguir en el mundo del espectáculo por todos los medios, tanto delante como detrás de cámara. Pero no tuvo suerte. Y, a excepción de alguna participación en Married with children, sitcom conocida en los países latinos como Casados con hijos, y unos cuantos cameos, no tuvo la chance de volver al ruedo. Mejor dicho, a nadie le interesaba más que para que hiciera de sí mismo. Y terminó trabajando como guardia de seguridad en un parque aunque, en 1998, esto lo llevó a terminar en un problema policial luego de que agrediera a un fan que le pidió un autógrafo.
Así las cosas, todo aquello que en el comienzo de su carrera lo había hecho facturar, se había convertido en motivo de burlas. Y él lo padecía. Sin embargo, no perdía su popularidad. De manera que, en el año 2003, decidió postularse como gobernador de California. Pero el que obtuvo los votos necesarios como para quedarse con el cargo fue Arnold Schwarzenegger. Y Coleman decidió expresar su tristeza con un personaje autorreferencial en el musical Avenue Q, donde “cantaba” sus penurias.
“Aunque amo la profesión, mi mayor arrepentimiento siempre será ser actor. Si tuviera el tamaño y la edad, actuaría en películas de ciencia ficción, pero no doy el physique du rôle. Nunca me interesó ser leyenda ni una celebridad. Soy mortal”, contó por aquellos años. En sus peores momentos, había tenido dos intentos de suicidio. Pero, a pesar de todo, habiendo llegado a las cuatro décadas no perdía la esperanza de ser feliz.
En 2007, Gary se casó con Shannon Price. La había conocido en Santaquin, Utah, donde se había mudado un año antes. Y, aunque el matrimonio duró solo unos meses, ambos siguieron viviendo juntos hasta la muerte del actor, ocurrida después de que sufriera una fuerte caída por las escaleras de su casa, lo que le provocó un hematoma epidural.
Fue la mujer la que, valiéndose de un permiso otorgado por Coleman, se encargó de firmar el consentimiento para que lo desconectaran del soporte con el que lo mantuvieron vivo en el Utah Valley Regional Medical Center, al que había llegado solo en una ambulancia. Y tanto las dudas sobre lo que para los peritos fue un accidente, como el hecho de que se presentara a la justicia diciendo ser la única heredera del difunto por seguir casada con él, la pusieron en el foco de las sospechas.
Tras la partida de Coleman, se desató una batalla legal por su magro patrimonio. Y se terminó suspendiendo el funeral que se había programado para una semana después. Finalmente, y tal como lo había pedido Gary en su último testamento, no hubo velatorio ni despedida alguna. Él, simplemente, se fue a otro plano. Y su nombre quedó para siempre asociado a un personaje que durante un tiempo lo hizo feliz y, el resto de su vida, lo hizo sufrir: Arnold Jackson.
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