Carlos Laime: “Miré al cielo y le pedí ayuda a la Mamita del Socavón”
Ese año San José fue campeón de ambos torneos
27 de diciembre de 1995. Una fecha que quedó grabada en la memoria colectiva de Oruro. En el estadio Félix Capriles, los corazones laten acelerados, la respiración se contiene y las manos se juntan en oración. En el arco norte, un hombre con la pierna derecha lastimada y algodón en la nariz enfrenta el momento más decisivo de su vida. Carlos Laime, el guardameta de San José, se prepara para detener un penal que definirá un campeonato histórico.
La mirada de Laime se eleva al cielo. Una plegaria silenciosa: “Mamita del Socavón, ayúdame”. El pateador, con el número 2 en la espalda, toma impulso. La tensión es palpable. Desde las tribunas, un pueblo entero deposita su fe en un solo hombre, un hijo adoptivo de Oruro que alguna vez soñó con este momento jugando al fútbol en el parque Riosinho de La Paz.
El nacimiento de un arquero
Desde niño, Carlos mostró habilidades innatas para ser arquero. A los seis años, con el respaldo incondicional de sus padres, ingresó a la escuela Antonio Asbún de The Strongest. “Fui arquero porque creo que nací con esas condiciones. Desde pequeño, en el barrio, mostraba seriedad y ubicación en el puesto”, recuerda Laime, quien admiraba a figuras como Carlos Conrado Jiménez y soñaba con emular al legendario Ubaldo “Pato” Fillol.
Entrada de colección del memorable partido jugado en Cochabamba
El momento decisivo
El balón viaja a gran velocidad. Laime se lanza hacia su derecha, detiene el disparo con ambas manos y cae pesadamente sobre el césped. Cojeando, se levanta y corre al encuentro de sus compañeros. En las tribunas, especialmente en la recta de General, estalla la euforia. “¡San José, San José! ¡Somos campeones!”, gritan miles de voces mientras abrazos y lágrimas se entremezclan en una celebración inolvidable.
San José de Oruro había conquistado por primera vez el título de la Liga Profesional de Fútbol Boliviano tras imponerse en los penales frente a Guabirá de Montero. Ese año, el equipo santo fue campeón de ambos torneos, el Eduardo Avaroa y el Mario Mercado Vaca Guzmán, un logro que, según Laime, la liga nunca reconoció como bicampeonato oficial.
El equipo de la hazaña
“Éramos un equipo unido, con jugadores de gran jerarquía como Eduardo Villegas, Roly Paniagua, Celio Alves, Freddy Cossio, Douglas Cuenca, José Ernesto ‘Mono’ Campos y otros grandes nombres”, rememora Laime. Bajo la dirección técnica de Walter “Cata” Roque y el trabajo físico de José Antonio “Papi” Vaca, San José había formado una escuadra que combinaba talento, estrategia y una conexión inquebrantable con su hinchada.
Laime recuerda especialmente la despedida en Oruro antes de la gran final. “Era un ambiente inolvidable. Cuando salimos rumbo a Cochabamba, la gente nos despedía con lágrimas. Muchas eran personas humildes que entregaron todo por acompañarnos”.
La fe del pueblo y el guardameta
En cada entrenamiento, los penales eran parte del régimen, una preparación que resultó clave. “Los penales son una mezcla de intuición, suerte y condiciones”, reflexiona Laime. Al detener el último disparo del paraguayo Paredes, su mirada se alzó al cielo en agradecimiento: “Le pedí a la Mamita del Socavón por toda esa gente que estaba en el estadio y en cada rincón de nuestra patria”.
Un legado imborrable
Hoy, 29 años después, Laime mira atrás con gratitud y nostalgia. “La hinchada orureña es la más fiel y leal. Son el alma de San José. A ellos les digo que sigan siendo como son, que nunca dejen de alentar a nuestro gran equipo”.
El arquero que dejó todo en la cancha aquella noche —con el tabique nasal fracturado y meses después sometido a una operación de rodilla— guarda sus guantes en un lugar especial, junto a su camiseta con la V azulada.
Por Marco A. Flores Nogales
Periodista